Acudí el otro día a comer a
casa de mis abuelos, como viene a ser normal cada miércoles de la semana. Casi
una tradición desde hace años.
Comenzamos con las mismas cosas de siempre: algo de deporte,
cómo estáis, cómo van los estudios y qué tal Lucas, su gato. Este siempre se
queda muy triste cuando se van unos familiares que suelen venir de visita y se
traen sus gatos. Una fiesta para mis abuelos y para Lucas, los tres disfrutan
enormemente con las pillerías y trastadas que no paran de hacer por toda la
casa.
Como decía, al irse los gatos Lucas quedó triste y solo,
recorriendo la casa en busca de los otros maullando “como llorando”,
interpretaciones de mi abuela. Qué maja es ella. Al poco mi abuelo comenta
entre risas que debería de haber más psicólogos para animales y no tanto para
humanos, aprovechando que su hija y su nieto nos dedicamos a ello. Los humanos,
dice, hay muchos que no tienen cura ni perdón. A partir de aquí, comienza uno de esos momentos donde
disfruto tanto escuchar a mis abuelos por la cara de felicidad que se les
dibuja. Me relatan las historias y quehaceres de los “tolos” de Chantada, un
pueblecito de Galicia lugar donde mi abuelo nació, creció y se enamoró de la
manchega de mi abuela. Cinco historias de cinco locos, pero muchas miradas
perdidas y sonrisas recuperadas como si aún estuviesen allí, a cientos de
kilómetros de distancia, con sus viejos amigos y compañeros de trabajo.
Uno de esos pobres enfermos cogía todos los
días un bus A Coruña para bañarse un poco y volverse, tirándose todo el día
viajando de aquí para allí; otra mujer pasaba el día entero, salvo cuando había
alguna procesión religiosa que en ese caso las seguía como una devota más,
caminando de un lado a la otra de la plaza del pueblo siempre haciendo el mismo
recorrido, siempre con el mismo número de pasos; otro perseguía mosquitos por
el laderas del campo y entraba a las zapaterías, peluquerías y otros comercios
de la zona a explicar con mucha emoción lo cerca que estuvo esa vez de atraparlo.
Mi abuela ya aprovechó para recordar las perrerías que le
hacía a su jefa, una rácana mujer que escondía toda la comida y que ella con la
ayuda de los nietos robaba para comer y alimentar a otras
compañeras que también limpiaban y
mantenía en perfecto estado el caserón y las tierras.
Me gusta ver felices a mis abuelos. Me da pena que casi no
salgan de casa salvo para hacer la compra y algún recado. Yo espero poder
seguir activo, viajar, ir a los parques, pasear por la ciudad… Pero hoy, me di
cuenta que mis abuelos con tenerse el uno al otro y rememorar sus ya anécdotas
del pasado son realmente felices. Y viendo MadridDirecto también, claro.
A veces temo no poder recordar las cosas que vamos viviendo
cada día, las cosas que realmente merecerán la pena recordar en unos años con
los nietos al lado escuchando. El afán que impera ahora de compartir todo con
todos mediante internet no ayuda a mantener una conciencia de tiempo y de
pasado, de memoria a largo plazo. Todo queda almacenado ahí, pensamos, todo
queda compartido. No me gustaría llegar a 80 años y al pensar en mi juventud
recuperar de mi memoria un ordenador portátil, un móvil capaz de hacer de todo y
algún viaje que otro realizado por el mundo.
A partir de ahora, pasaré a vivir las cosas con ese toque de
genuinidad que se necesita para escapar del sin sabor de una vida de
madrugones, trabajos, comida rápida y vuelta a empezar. La vida es
mucho más y hay que aprovecharla.
Ender
Sí. La vida es mucho más que el Internet. Pero éste sólo es una herramienta que también tiene sus ventajas. El chiste es que logremos un equilibrio entre la experiencia virtual y la directa. Sí se puede.
ResponderEliminar¡Qué honor volver a leerte! En serio que sí. También te sigo en Twitter, cariño.
¿Cómo has estado?
Muchísima luz para ti.
Primer comentario... primer seguidor...
ResponderEliminarAsí da gusto empezar nuevos proyectos :)
Y más siendo tú, que estás a mi lado desde el anterior, desde mis inicios
Gracias